“Quienes dicen ‘dejémonos de utopías, bajemos a la realidad’ nunca
mejorarán la realidad y ni siquiera llegarán a conocerla. Quienes dicen que el
pesimismo es el optimismo inteligente son muy poco inteligentes; nunca
mejorarán la educación pero, eso sí, verán refrendada su profecía que
fatalmente se cumple, que las cosas están mal y continuarán peor”.
MARCO
MARCHIONI
Una sociedad vertebrada, organizada, cooperativa y participativa en el Chile de hoy - la recomposición del tejido y las fuerzas sociales asociativas de la sociedad civil - es una aspiración y una urgente necesidad para todas aquellas personas que sueñan con una sociedad cada vez más desarrollada, más justa, menos desigualitaria y más democrática.
Esta aspiración y urgente necesidad, si analizamos detenida y objetivamente la realidad o hábitat que nos rodea, en la actualidad se estrella frontalmente con una serie de datos conseguidos de la realidad – crisis de divisionismo y fragmentación intra e inter clases sociales - y fenómenos sociales – clientelismo político, asistencialismo institucional, subordinación y servidumbre a los partidos políticos tradicionales y políticos profesionales - que las ponen en entredicho y que las pueden vaciar del contenido progresista que encierran. Reconocer estos hechos objetivos es fundamental, para no morir en el intento.
A la hora de plantearse las posibles vías para hacer real esta aspiración puesta en la mente, consciencia y el discurso político de muchos de los ciudadanos interesados en el bien común, y para que no se convierta en una utopía vacía, conviene poner el foco en al menos las siguientes cuestiones: a) los cambios sociales y sociológicos generados en las últimas cuatro décadas a causa de los grandes acuerdos (o pactos) institucionales en Chile, basados en los principios o dogmas del mercado de alcance general (en todas y cada una de las esferas de nuestra vida), y sus consecuencias en las personas; b) la enseñanza obtenida de las buenas y malas experiencias pasadas en campo del asociacionismo y de las movilizaciones sociales contestatarias cuestionando el modelo neoliberal de desarrollo, y c) los aspectos sociopolíticos que hay que tener en cuenta para avanzar hacia “mejores formas de asociacionismo o movimientismo social”, como hecho social legítimo e impostergable.
Con estos tres elementos en mente al menos, hemos de reconocer que el mundo – nuestros espacios vitales o de sociabilidad - que nos rodea ha cambiado profundamente en los últimos tiempos y seguirá cambiando con una rapidez desconocida en la historia de la humanidad. Lo que no está del todo claro, en el caso de nuestro país y sociedades locales, son las consecuencias humanas y sociopolíticas de mantenerse o aumentar los niveles actuales de “desigualdad estructural”. La “desigualdad”, por sobre la “pobreza” (que es lo que nos hacen creer las instituciones oficiales, la clase política y las elites económicas), se ha convertido en la verdadera "espada de Damocles" en la organización de las sociedades capitalistas, como es el caso del Chile del presente. Y, si los costos de este fenómeno lo seguirán pagando parte no menor de la clase media, la clase trabajadora y pobre del país.
Algunos de los cambios que mayormente están influyendo en nuestras vidas, y que van a condicionar el próximo futuro de nuestras vidas por tratarse de factores determinantes en la organización de nuestra sociedad, a saber: i) las profundas transformaciones que se han dado en las relaciones y derechos laborales (el trabajo y el empleo en una “carrera descendente” – race to the bottom -, ilustrado en las políticas públicas de flexibilidad y precariedad del empleo y los ingresos) a causa de la revolución del capital financiero y monetario internacional y las aplicaciones intensivas de las nuevas tecnologías, ii) los cambios demográficos con un creciente envejecimiento de la población debido, en gran medida, a la prolongación de la esperanza de vida: Según el Instituto Nacional de Estadística (2008), se estima que hacia el 2025, en Chile habría 1 adulto mayor por cada menor de 15 años y, hacia el 2050 habría 1,7 adultos mayores por cada menor de 15, y iii) la incorporación creciente e innegable de la mujer a todos los aspectos de la vida pública, lo cual acarrea profundas y sentidas consecuencias en la estructura familiar: la familia tradicional, a voz de los expertos, “ha pasado a mejor vida”.
El problema de mayor calado al cual se enfrenta en desigualdad de condiciones la aspiración de una “mejor vida”, o mejor bienestar social o simplemente “buena vida”, tiene que ver con la falta de preparación, tanto a nivel individual como colectivo y comunitario, y de estructuras sociales y políticas obsoletas, cuando no directamente superadas por las nuevas necesidades y riesgos enfrentados por la población. Como la propia realidad se ha encargado de demostrar, las instituciones y los responsables de las grandes decisiones poco o nada han hecho en prevención de estos problemas. Muy por el contrario, se han hecho crónicos con el tiempo: escándalos de corrupción política e institucional, polarización de los conflictos étnicos, sobre-endeudamiento de las familias, degradación progresiva del sistema público y de protección social, subordinación de las relaciones sociales a las "leyes de la selva" (o del mercado), etc.
Prueba material de ello, es el incremento incesante de la dicotomización o segmentación social en Chile (otros estudiosos prefieren hablar de “sociedad dual” o “sociedad de los tres tercios”, “sociedad de los ganadores y los perdedores”, etc.). La latencia de este fenómeno social deja bien establecido que un sector “creciente” de la población parece no tener los medios o recursos (de todo tipo) necesarios para “competir” en paridad de condiciones en un contexto donde al mercado se le ha permitido el ejercicio pleno y el dominio absoluto. Así, por ejemplo, el diseño de las políticas sociales selectivas para población pobre y vulnerable responde a criterios de eficiencia, productividad y de protección del mercado, o las políticas educativas cuyo marco ideológico define los fundamentos de la segmentación social y profundización de las desigualdades estructurales en Chile.
¿Qué nos toca hacer, a la sociedad civil en este contexto? ¿Qué papel ha de jugar en este juego?
El margen de maniobra de la sociedad civil para cambiar el signo de las cosas parece ser poco o escaso – anulada, ahogada o profundamente reducido -, después de décadas de exposición a la incontestable hegemonía política y económica del modelo de democracia-neoliberal (1990 a la fecha). Un modelo muy bien administrado y gestionado por los gobernantes de turno, la clase política y las elites tenedoras del poder.
En general creo, que se puede afirmar que la agenda y dinámica institucional y política actual (de políticos y políticas) fuerza inconscientemente a las personas a buscar soluciones a las condiciones problemáticas en las que vive con esfuerzos y medios personales más que colectivos u organizadamente junto a otros: individualmente y no por fuera o ajena a la influencia de la esfera de poder, del control de los partidos políticos tradicionales o del músculo del bipartidismo.
Una parte nada despreciable de este hecho objetivo es atribuible a que a las necesidades que nos aprietan se les une el hecho de habernos vuelto más individualistas, egoístas y desconfiados de los otros, de todo aquello que nos rodea (instituciones, asociaciones, grupos y personas); mientras que la otra parte, podemos atribuírsela a que la gran mayoría no ve en las organizaciones y en la afiliación social una referencia clara para la resolución de sus problemas y, por lo tanto, se refugia en el llamado individualismo corporativo o cae en el juego de los políticos profesionales o los partidos políticos de turno: aquellos con el control y manejo de los recursos públicos obligando o coaccionando a la gente a tomar esta única vía.
Tampoco es menos cierto que día a día se registra un número mayor de afiliaciones a algún grupo u asociación local con intereses y motivaciones compartidas, pero donde “la acción” queda reducida (o atrapada) a propios o particulares fines y no a fines generales o colectivos basados en idénticas demandas y necesidades: por ejemplo, los llamados fondos de desarrollo vecinal en el nivel del gobierno municipal, que más que unificar y cohesionar posiciones desventajosas en los vecinos suponen mayor divisionismo producto de conflictos entre personas de una misma clase social derivados de la competencia por recursos públicos escasos, o los grupos políticos reivindicativos que por malas lecturas de la realidad y las circunstancias actúan de forma atomizada o aisladamente de los otros.
La tarea pendiente de la sociedad civil en los tiempos que corren, en el marco de un sistema democrático señaladamente “representativo” - la de “un hombre (o mujer) un voto” - consiste en el esfuerzo intelectual – de romper con nuestra miopía intelectual - a realizar por cada uno la búsqueda y puesta en acción de nuevas e imaginativas formas de convivencia, de cooperación, de ayuda mutua, de cohesión social, de participación política enfocada en la búsqueda de los intereses generales o colectivos sobre los particulares: la “mala y errática política en educación en Chile” no es sólo un problema mío, sino también tuyo y de los demás, del país por ejemplo.
Con la firme idea de buscar estrategias de acción, resulta imperativo comenzar por hacer una revisión crítica de conceptos como el de “gestión”, o “empoderamiento”, o “capital social”, entre otros, pues las políticas públicas y sociales han ajustado estos términos a la búsqueda de resultados dentro de la lógica de mercado de las instituciones, y no en la lógica social de la sociedad civil. Bajo esta perspectiva, las políticas sociales focalizadas o selectivas – transferencias y subsidios económicos a la pobreza y vulnerabilidad – han sido instrumentos de adoctrinamiento y de deformación en la arquitectura de las relaciones sociales tradicionales de los sectores populares pues, más allá de las intenciones de las personas, se han convertido en un elemento de presión y de clientelismo partidista, cuando no de pura sumisión al poder establecido: han traído consigo el aumento en la estratificación social de la población, forzó la vulnerabilidad de la clase trabajadora a los caprichos del mercado, y ha minado los incentivos de la sociedad civil para actuar colectivamente en favor de sus legítimos intereses. En efecto, frenó cualquier intento de desarrollo embrionario de capacidades de representación y peso político para obligar y/o exigir a las autoridades gubernamentales electas a dar respuesta a sus verdaderas necesidades e intereses de los ciudadanos. Dicho de otro modo, no ha habido un control social – desde la sociedad civil - de las políticas, programas sociales y subvenciones para que el dinero público fuera utilizado por las organizaciones en función de garantizar un uso socialmente correcto, con resultados satisfactorios en amplias capas de la población.
La organización social debe recuperar urgentemente la visibilidad social, ocupar los espacios políticos y posicionarse en cuanto a los aspectos reivindicativos, de lucha, de crítica y contestación social que los movimientos obreros y sociales tenían en sus orígenes cuando peleaban por la conquista de derechos sociales legítimos, negados por las clases ligadas a las decisiones económicas y políticas: derecho a la protección y seguridad social, derecho al trabajo y a la seguridad de los ingresos, derecho a la salud, etc.
La tarea de la necesaria construcción y convivencia sobre la base de una relación correcta en el campo de la política pasa por trazar líneas de comunicación y entendimiento entre partidos políticos y organizaciones sociales, por lo que el sociólogo francés Pierre Bourdieu tan bien expresó: los partidos y las instituciones tienen que abrirse a las reivindicaciones y propuestas de las organizaciones sociales para incorporarlas a sus programas y acciones políticas, sin intentar minar su autonomía e independencia.
En definitiva, la organización de la sociedad civil y su intervención en los procesos de decisión e influencia política exige lograr cotas importantes de libertad, de autonomía e independencia económica (o estar en parte importante librado de la lógica de las subvenciones y estímulos de las instituciones públicas). Además, pasa por un ejercicio profundo de democratización y evolución en nuestro propio pensamiento interno – abierto y flexible - en relación con el mundo asociativo para ejercer un papel positivo y educativo en la sociedad. De cualquier otra manera no estaremos en condiciones de dar cuenta efectiva y real, a la gente, de la necesidad de comprender y tomar conciencia de la realidad que la rodea, de influir y ser parte de las grandes decisiones públicas. A no ser presa fácil o víctima ingenua e inocente del clientelismo político, del asistencialismo institucional, del populismo, del dogmatismo o de visiones corporativas perjudiciales a los intereses colectivos y del bien común.
Puestos entonces en la tarea ineludible de consecución de visibilidad social y ocupar espacios junto a otros, la organización social debe recurrir a las ciencias, a los conocimientos existentes y a nuestro alcance, pues no sólo ayudarán a explicar el por qué de su realidad a la gente, sino además a buscar las potenciales y posibles soluciones.