BIOGRAFÍA DEL AUTOR

En el mundo acelerado, frío e impersonal, repleto de incertidumbres y tensiones en que nos toca vivir, el experto en ciencias políticas y sociales Miguel Arismendi G. aporta una mirada propia, profundamente cuestionadora y crítica de la realidad, de nuestra realidad actual, la de nuestros espacios de vida. Un análisis sin apego a dogma, receta u ortodoxia alguna sobre los temas o asuntos más calientes y/o controvertidos de la actualidad local, nacional e internacional.
Veinte años de experiencia y estudio en el complejo mundo de las políticas públicas y sociales, avalan sus opiniones.

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miércoles, 17 de septiembre de 2014

¿Somos los ciudadanos del Chile del S. XXI rehenes del poder político y económico que gobierna "a su antojo" los destinos de este país?

¿Está la derecha económica (y algunos sectores del nuevo bacheletismo “celadores de la ortodoxia del mercado”) jugando a empobrecer a la clase media como estrategia desactivadora (o desmotivadora) de las reformas estructurales – entiéndase REFORMA TRIBUTARIA y ESTATALIZACIÓN DE SECTORES ESTRATÉGICOS (educación, salud, previsión social) PARA EL DESARROLLO ARMÓNICO DE NUESTRO PAÍS – que la “calle” ha exigido a golpe de movilizaciones a los gobernantes-empresarios de turno?

La clase media y la clase trabajadora – aquellos que no viven del festival populista y demagógico de los “bonos y subsidios adormecedores de consciencia” - ha visto como su consumo ha caído drásticamente durante los últimos meses. Esto, a consecuencia de alzas constantes en el costo de la vida y el adelgazamiento evidente de los “salarios reales”. Por ejemplo, el precio de los productos alimentarios en el supermercado o las subidas y bajadas constantes en el precio del combustible que encienden alarmas, crean incertidumbre y preocupación o entretención permanente en los consumidores.

En Chile, producto del modelo de desarrollo de libre mercado adoptado en los ´80 del siglo pasado y que ha sido administrado eficientemente por los gobiernos de cuño socialdemócrata y democristiano, es la gran empresa o los empresarios o derechamente “el mercado” quien está al mando de la economía y de las grandes decisiones país: decisiones con influencia directa sobre la vida cotidiana de los ciudadanos(as).
Pero, ¿qué consecuencias estructurales acarrea este hecho político, económico y sociológico entre las clases medias, trabajadoras y pobres de este país? ¿Cómo o de qué forma afecta en el “comportamiento social” de la ciudadanía el que un sector poderoso en este país manipule a su voluntad y decisión las líneas maestras del desarrollo?

Pasemos, a continuación, a revisar algunos de los ejes centrales de esta discusión.

Primero, mirado este fenómeno desde una perspectiva estrictamente económica y política el panorama se presenta francamente desolador. ¿Por qué? Bien, porque el diseño institucional adoptado por este país señala que el Estado de Chile no debe intervenir o regular la dinámica organizativa de la economía en cuestiones tan trascendentales como la preocupación por la desigualdad - fijar salarios, ordenar y regular los precios, establecer mecanismos de distribución igualadores de cargas y beneficios en los distintos estratos sociales, entre otras - o de proveer universidad gratuita, por ejemplo.
Por poner algunas cifras explicativas de la materia en discusión: según los datos aportados por la Dirección de Presupuestos Nacional (DIPRES), el gasto público en 2013 alcanzó el 23,65% del Producto Interno Bruto (PIB). Nuestro país se ubica en el puesto 47 a escala mundial en materia de gasto público, por detrás de países como Argentina (44,29), Brasil (40,48%), Colombia (28,26%), Ecuador (40,40%) o México (27,3%). En cualesquiera de estos países, donde la inversión pública expresa una preocupación superior por proteger el interés colectivo o a las personas, la intervención del Estado en más intensa o mayor que en Chile. Ahora bien, ni hablar de los países desarrollados o post-industrializados pues de entrar en comparaciones haríamos el ridículo más absoluto.
La realidad en datos de esta institución total llamada Estado, puede ser bien comprendida haciendo uso de las palabras sentenciadas por un sabio latinoamericano al momento de salir elegido Lula (representante del partido de los trabajadores) como presidente del Brasil (período 2003-2011): “Lula llegó al gobierno de la nación, pero no al PODER”.

Surge entonces la siguiente interrogante: ¿Qué circunstancias sociales impiden un mayor intervencionismo estatal, reflejado este hecho en cifras o en los números, como institución con la capacidad suficiente de otorgar garantías efectivas a la población para mejorar los niveles de bienestar y de protección social afectados por la supremacía del modelo de acumulación de riqueza capitalista imperante en Chile?
Dicho de otra forma, ¿está realmente capacitado el Estado chileno para poner freno a las arremetidas de las fuerzas descontroladas o fallos del mercado que impiden mayores cuotas de bienestar y desarrollo social o es que está jugando a favor de la profundización del sistema de sociedad del capitalismo neoliberal? Ejemplos del “des-control del mercado” o del “mercado des-atado”, obtenidos de la radiografía de nuestra realidad, abundan: el aumento incontestado del costo de la vida (bienes y servicios básicos) o el precio de los carburantes, el ajuste a la baja – arbitrario - de los salarios, la rebaja de las garantías y condiciones laborales, las elevadas tasas de desigualdad estructural y de pobreza por sobre las cifras aportadas y que oculta la estadística oficial, el liberalismo salvaje o darwinismo social imperante en sectores tan estratégicos para el desarrollo de un país como son la educación, la salud (enfermedad), la previsión social (jubilación), entre otros? Sugiero revisar el siguiente (breve) artículo: ¿Santiago más caro que Londres? El costo de la vida sube y sube…

Algunas de las explicaciones posibles de dar a este problema (pues no sería una, exclusivamente) se remontan a lo vivido en este país durante las últimas tres décadas: período 1980- 2014. Aquí se conjuga o fusiona el juego perverso de factores de tipo político, ideológico o de arreglos históricos institucionales – conglomerados asociados al poder gobernante y grupos de influencia económica -, que valiéndose de la vía económica y política han obstaculizado el crecimiento de las capacidades y funciones del Estado: en síntesis, “su tamaño”.
Las reformas estructurales del Consenso de Washington, aplaudidas por liberales y socialdemócratas de toda la región latinoamericana, ajustaron “a la baja” el tamaño del Estado dejando sometidas a las sociedades a las reglas unilaterales de la mano invisible del mercado o del laissez faire. Una lectura actualizada de este hecho la puede obtener oyendo el discurso del renovadísimo ex presidente socialista (¿..?) Ricardo Lagos (alías “capitán planeta”), quien hace muy poco en un seminario de ICARE entonó el canto de sirenas de lo concesionable o más bien de la “privatización encubierta” en asuntos de obras e infraestructura. A este respecto, solo me cabe decir que mucho me temo que este señor se ha contagiado de la subversión ideológica de Felipe González (ex presidente español, representante del Partido Socialista Obrero Español), quien se ha manifestado abiertamente a favor de una gran alianza con la derecha española. En síntesis, absorbido por la insensata idea de consolidar el sistema neoliberal o de libre mercado. Cuestión que Lagos, y a las pruebas me remito, también daría por bueno!  

A las lógicas del mercado y de la fe ciega puesta en el crecimiento económico por nuestros máximos representantes, a las que se sumó el proceso ascendente de reducción o “minimalización” de la función pública (proceso empleado a su vez como medio para normar la desafección política de la ciudadanía en los asuntos de interés público), son atribuibles algunos de los grandes problemas sociales observados actualmente en nuestra sociedad:
i)                     elevadas tasas de desigualdad en la distribución de los ingresos, desigualdad que priva a los ciudadanos de la “libertad real”.
ii)              imposibilidad en un sector amplio de la ciudadanía de “escapar de la pobreza” mediante la movilización objetiva en la escala o estructura social, generando oportunidades muy desiguales. Ejemplo de ambos fenómenos, lo son: el enorme muro que impide materialmente a los pobres movilizarse de un quintil a otro (del quintil dos al tres, escapando así de la pobreza y mejorando las condiciones materiales de vida). O la educación pública-municipalizada, máquina reproductora de la desigualdad y la fragmentación social (la denominada “sociedad de los dos tercios” o los excluidos y los incluidos).

Ambas situaciones – cóctel de desigualdad más pobreza alimentado por los gobernantes de turno y las coaliciones del poder e influencia - han llevado periodicamente a la infrautilización del capital humano y el impedimento a los individuos de explorar y desarrollar sus talentos y capacidades (Myrdal, 1960; Alesina y Rodrick, 1994; Persson y Tabellini, 1994).


Segundo, el que un sector muy poderoso de la sociedad (derecha económica, derecha política y los partidos de gobierno pro mercado) tenga el control casi total de las vidas de la mayoría de los ciudadanos (as) en este país ha colaborado en deteriorar la frágil democracia: la “perfecta dictadura” disfrazada en piel de democracia. En efecto, al haber dejado en manos de algunos sectores minoritarios de la sociedad los recursos – clase política y los grupos de poder – éstos han hecho valer su posición política-económica influyente para manejar a su antojo el comportamiento social colectivo. ¿En qué situaciones o hechos es posible evidenciar este manejo, regulación y control, que pesa sobre la vida de los ciudadanos? Al menos en los siguientes hechos: a) colocando mucho dinero en la política electoral o campañas en los distintos procesos eleccionarios que a posteriori limita la toma de decisiones democráticas pues están dentro del Estado y fuera de éste, b) concentrando riqueza (AFPs., sector energético, ISAPRES, educación privatizada, políticos-empresarios, medios de comunicación de masas, etc.) y formando auténticas estructuras de poder infranqueables.
Aquí es donde el poder del dinero y la influencia política intervienen activamente, cuando así lo consideran oportuno y conveniente introduciendo fórmulas que crean disonancia cognitiva en la ciudadanía, en debilitar las relaciones sociales y la solidaridad social conducente a reequilibrar la balanza a favor de las amplias mayorías sociales: introducen dosis significativas de individualismo (el famosos “yoísmo”), desconfianza e incertidumbre con el fin que los ciudadanos se despreocupen de la “comunidad”, de lo “colectivo” o del “interés común” . Citaré, entonces, dos formas básicas en cómo estos poderes se han hecho del control de determinados recursos ejerciendo coacción deliberada sobre las consciencias movilizadoras de la población: 1) por medio de la regulación del mercado de trabajo, siendo ésta la principal fuente generadora de las desigualdades en una sociedad capitalista: Alan Greespan, ex presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos en referencia a los trabajadores del actual modelo neoliberal, llamó la psicología del “trabajador traumatizado”, el cual se resiste a exigir mayores salarios por inseguridad y por temor a perder su empleo; y 2) por medio de la regulación de las decisiones sobre las políticas sociales gubernamentales de mínimos (selectiva y residual) – gasto público y social -, y valiéndose de subsidios y bonos individualizadores por tratarse de los instrumentos más importantes de manipulación del comportamiento social en ese vasto segmento de población pobre y necesitada. Este estrato social es quien aporta la base material, mediante el voto en las elecciones, sobre el cual se sostiene el edificio del poder monopólico o de intereses personales de la clase adinerada y de los políticos-empresarios de turno.

Concluyo diciendo que la distribución de recursos en esta lógica – menos para el Estado más para los privados o el mercado -, es funcional a la ampliación de los diferentes tipos de desigualdad que se dan en nuestra imperfecta democracia: no únicamente de ingresos, sino también de género o étnica o de estatus social. Este tipo de democracia configurada al modo de la sociedad de mercado, favorece a la preservación de las lógicas de concentración intacta de riqueza en unos pocos y la movilidad financiera como factor clave en la limitación del poder ciudadano en la conducción (bajo el principio de “libertad real”) de propios proyectos de vida o ideal de vida deseado.

Lo dicho. 

miércoles, 10 de septiembre de 2014

El desempleo de los titulados chilenos duplica la media de la OCDE.



La idea de que los jóvenes de hoy vivirán peor que sus padres está muy extendida: la denominada “generación CANGREJO”.
La OCDE: "Tener más estudios para protegerse del desempleo" no es garantía de nada.
El desempleo entre universitarios duplica la media de los países desarrollados.
Karl Marx, ("El Capital", 1848), el desplazamiento de la mano de obra por maquinaria aumentaría el número de los sin-trabajo que engrosaría las filas del "ejército de reserva de los desempleados". 

Juan Mancilla, kinesiólogo de 26 años, no lo puede decir más claro: “en este país lo del empleo está reventado en muchas profesiones de las cuales se decía no tendríamos problemas con el empleo. Hay muchos jóvenes estudiando lo mismo, y afuera no nos contratan o cuando nos contratan es en condiciones cada vez más precarias. Este joven, señala además que vive con sus padres “y de sus padres”. No le queda otra por el momento”.


El Panorama de la Educación 2014 señala que el “desempleo” de los titulados chilenos duplica la media de los países de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE). Los datos hablan de un aumento en la brecha de los jóvenes que ni estudian ni trabajan, y que los contratos que firman son cada vez más precarios (entiéndase por tal: días sueltos de trabajo, contratos a honorarios, extensas jornadas laborales, entre otras). 
Por poner cifras, los jóvenes en edades comprendidas entre 15 y 29 años, al 2012, que ni estudian ni trabajan alcanzan cifras del 23% del total, unas de las más altas de los países de la OCDE. Estas cifras son cercanas a países como México (23%), Italia (24%) y España (26%). Consideremos que la media de los países de la OCDE, es de 15% (ver gráfico).

En el mismo orden de ideas, las cifras de empleabilidad confirman que en Chile el 68% de la fuerza de trabajo empleada (de 25 a 64 años) posee algún grado de formación y/o instrucción escolar: pre-primaria, secundaria y terciaria. Pero si entramos en comparaciones de cómo estamos, la respuesta es sombría pues nuestro país se aleja bastante del promedio de los países de la OCDE con cifras promedio del 73%.

Los universitarios sin empleo ni continuidad en sus estudios han aumentado considerablemente durante los últimos años por lo que no se trataría de un problema particular del desempleo juvenil, sino simplemente del ´”desempleo”. Dicho de otra forma, quienes son los directos responsables de la creación y de dar empleo en esta sociedad de mercado no lo están produciendo ni en cantidad ni menos en calidad cuando lo hay: “los empresarios” o “los amos del sistema económico-social chileno, nuestro sistema”.

Al hilo de esta cuestión, apuntar que el “desempleo” es el sello característico de los tiempos que vivimos. Una de las explicaciones más repetidas a este fenómeno social y económico desde los especialistas y/o expertos afines a las tesis del mercado (los pro-mercado, liberales y libertarios), es que la principal causa de la existencia de un desempleo elevado en la falta de “capital humano” en las personas desempleadas (entiéndase por tal, “formación para el mundo del trabajo”) que les permita trabajar en los puestos existentes. Este desempleo, sería el resultado de la no correspondencia entre los puestos de trabajo disponibles y los conocimientos de los candidatos a tales puestos de trabajo (V. Navarro, 2014). 
Por desmontar esta tesis falaz, decir que el 75% de todos los puestos de trabajo que requieren una elevada cualificación representa solo el 3% de todos los puestos de trabajo existentes en EE.UU Como usted y yo sabemos, la economía más rica y tecnológicamente avanzada del mundo globalizado. Mientras que, un gran porcentaje de los puestos de trabajo que se están creando en Chile son empleos de “baja cualificación”: somos un país declaradamente  importador, no productor ni generador, de tecnología y adelantos científicos. Por retomar los conceptos de A. Gunder Frank, aun estamos atrapados en lo que él tan sabiamente en la década de los ´60 del siglo pasado denominó como “el desarrollo del subdesarrollo”. La constatación empírica de este hecho se observa a diario - en nuestras calles, plazas, accesos a terminales de buses, ferias libres, etc. - en la ampliación y/o crecimiento del "empleo informal" o "infraempleo".

En realidad, la situación actual del país en materia de empleo – y según indica el informe - destaca la “alta tasa de temporalidad” del empleo o empleo a tiempo parcial en nuestros jóvenes que de manera frecuente combinan contratos temporales de muy corta duración (tres o seis meses) con períodos de desempleo.
Queda claro a la luz de las cifras que el desempleo marca a fuego la educación chilena, dejando los números al desnudo uno de los principales problemas – o problema grave - del sistema educativo y del (errático) diseño de esta política pública. Por no decir de los errores o fallos cometidos por el mercado (las coaliciones del poder y de influencia políticas y económica) en esta materia tan sensible para el desarrollo estructural del país, el cual estando por encima del Estado define las grandes líneas de acción a seguir en base al imperativo económico (o dogma) de la búsqueda de la maximización de beneficios: la privatización de la educación, el no intervencionismo público-estatal para dejar paso a la libre competencia, el papel gerencial y/o empresarial asignado a la función pública (la mal llamada “alta gerencia pública”), la división del trabajo, la jibarización de los derechos laborales y la regulación salarial, entre otras.

Cuidado con esto pues no se trata de un asunto baladí o insignificante, porque un elevado desempleo quiere decir, también, sueldos más bajos, además de menos personas empleadas. Como sentenció K. Marx (1848) hace ya más de un siglo y medio, cuando observó el comportamiento de la economía de mercado en pleno auge de la revolución industrial:"que los capitalistas para mantener su posición de poder habían de asegurar una abundante oferta de mano de obra a salarios de subsistencia. La miseria creciente de la clase trabajadora y pobre era un subproducto necesario de tales mecanismos".

Sin duda, los grandes niveles de desigualdad observados en la arquitectura, y dinámica propia, del sistema educacional cuyo reflejo se proyecta de inmediato en el plano laboral seguirán de forma persistente afectando a las familias con los ingresos más bajos. En definitiva, una causa de la pobreza y del crecimiento de las desigualdades - o no poder escapar de estas tragedias - en un modelo de sociedad capitalista como la nuestra son las “perversiones” derivadas del propio mercado de trabajo, y generosamente consentidas por los actuales gobernantes.

Lo dicho.